Maravillas de una SAIS
Por: Alfonsina Barrionuevo
Un recorrido por la SAIS TUPAC AMARU, en la Cordillera Central, entre Junín y Lima, es sorprendente. Algún día se abrirá al turismo y mostrará sus atractivos, desde carneros de coposos vellones, truchas que saltan del agua a la sartén, camélidos que fueron trasladados de Puno y de Ayacucho y muchos kilómetros de bellísimas lagunas, turquesa líquida incrustada en los cerros.
Tuve que hacer unas grabaciones y el ingeniero Rubén Zárate, entonces su gerente, me preguntó si podía tomar unos paisajes al fondo. Acepté, porque en el Ande rige el ayni, pero no sabía lo que iba a encontrar.
Comencé con mi camarógrafo por Vinchos, un enigma arqueológico, de graneros circulares o qolqas, que sobreviven a los siglos por sus muros hechos con lajas de piedra y barro. Sus limpios manantiales alimentaban los pozos donde bullía una población plateada. Ovas embrionarias y alevinos de la deliciosa trucha arco iris.
En Pachakayo, sede central de la SAIS, el viajero olvida en la noche sus 3,700 metros de altura con la visión mágica de las constelaciones celestes.
De madrugada saboreamos un sabroso desayuno y nos fuimos a caballo, entre cerros de pastizales ondulantes, a la Unidad de Producción de Konsaq, donde se ha creado un ovino genéticamente, gracias a cruces sucesivos que se iniciaron a mediados del siglo pasado. La nueva raza recibe el nombre de Carnero Junín y son campeones de gran tamaño y buena alzada.
En las Unidades de Qochas y Pukara las señoriales alpakas, que pertenecían a los rebaños del Sol en el Tawantinsuyu, pastan en sus bofedales. El ingeniero Zárate nos contó que fueron trasladadas desde Puno para repoblar una área con bofedales. También se llevó tropillas de vikuñas desde Pampa Galeras, Ayacucho. Fue una proeza.
De allí se sigue a Tanta, un pueblo que se encuentra a 4,100 metros, en la provincia de Yauyos, pero que forma parte de la SAIS. En el camino se aprecia un fenómeno. El río Warku o Cañete, que corre entre gigantescos bloques de piedra, golpeando con furia su cauce pedregoso, se hace humo. El lugar se llama Tragadero y no es una fábula. El río se mete en la tierra y desaparece. Lo encontramos cinco kilómetros abajo, tranquilo y afable.
Tanta es un rama humana que se desprendió de Wañeq por necesidad y los migrantes se acomodaron cerca de Tikllaqocha, con una laguna, una prístina cascada y un río. Todos son tejedores. A esa altura no crecen rosas. Sin embargo florecen en las mantas de las mujeres. Los hombres tejen sogas, chalinas, alforjas y telas de fibra de alpaka y lana de ovino.
Cuando tienen lo suficiente colocan sus prendas en sus “puntas” de llamas para el mercado de trueque que tienen con otros pueblos de sierra y costa, donde las cambian por papas, trigo, maíz, manzanas y uvas, bajando hasta Calango.
Tanta es la puerta de entrada al Pariaqaqa, rey de reyes de los nevados y cerros limeños, que tiene cinco cuerpos. De roca, de nieve, de granizo, de lluvia y de viento. Así figura entre los mitos que recogió el fraile Francisco de Avila en el siglo XVI.
El recorrido de asombros alcanza su mayor temperatura entre los pueblos de Vilka y Wankaya. Quince kilómetros de maravillas escondidas. Los paisajes idílicos impactan a partir de la laguna de Papaqocha que tiene tres niveles. En el primero sus aguas son quietas y resbalan, por un muro alto, al segundo que es un bosque acuático.
Desde lejos su fronda es imponente. Al acercarnos para ver si podíamos entrar fue imposible. El piso estaba lleno de riachuelos que corrían de un lado a otro. Los extraños árboles de karka, que así los llaman fueron un descubrimiento que publiqué en Lima. La calidad de la piedra de shinka donde se aferran angustiosamente sus raíces debe ser especial. Se ignora en qué momento esta especie de ramas y hojas blanquecinas se convirtió en hidrófila o anfibia. En consulta con los doctores Javier Pulgar Vidal y Ramón Ferreyra afirmaron que era nueva para la ciencia.
En el tercer nivel el espectáculo conmueve por entero. El agua de sus cataratas, que pueden medir unos cien metros de ancho, parecen correr por las arterias. Sus aguas bajan, por escalinatas desde unos quince metros de altura, como si tuvieran zapatillas de encaje.
Ha pasado el tiempo y Vilka debe haber cambiado. Cuando pasamos por allí era un pueblo dedicado a las actividades agrarias y nos llamó la atención su puente peatonal de tres arcos. En las lagunas que van apareciendo a medida que avanzamos se puede ver muchas aves. El pukuy o pukush que se eleva al cantar, el jochapato que nada en círculos, la waqya o martín pescador, los yanavikos de pstas como zancos y las wachwas o wallatas que son gentiles y curiosas.
En Miraflores los andenes producen unas papas de excelente sabor, okas dulces y maswa, sin recurrir a fungicidas. Los patriarcas de los pueblos atribuyen a las lagunas un encantamiento que aumenta su misterio. Una puede hablar. Otra tiene sirenas. Una tercera ama a los niños.
Wankaya no es el final de este hermoso recorrido. Bajando hacia Vitis, en Alis aún es posible gozar la esplendidez del paisaje. Luego el río sigue su curso hacia el Pacífico dejando atrás una ruta de ensueño.
Publicado en: vidayestilo.terra.com.pe
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