En los 33
distritos de la provincia limeña de Yauyos habita la creatividad. Aquí,
hombres y mujeres mantienen la tradición artesanal de sus padres y abuelos. El
saber se transmite, el saber se impone al olvido.
Luis
Pérez / Revista Rumbos.- Sur de Yauyos (Lima). Tupe, la plaza y el templo empedrado. Paredes de adobe, balcones de madera, casas cerradas.
Pueblo desértico. De pronto, varios carneritos sin pastor aparecen en la calle
estrecha e ingresan por un pasaje. Conocen su rumbo. Allí hay una mujer sentada
bajo la puerta de su casa. Hoy, ella no labra la tierra.
Entre
agujas e hilos multicolores siembra figuras en un telar negro. Es una manta, la
indumentaria tradicional que lucen sus compañeras: Teresa, que tiñe la lana con
plantas nativas. Juana que se dedica al hilado, María que teje una chompita
para una muñeca, mientras Carmen sigue sembrando creatividad, al tiempo que su hijita juega con los
carneritos.
La
escena no solo ocurre aquí. Se repite en Huancaya, Tanta, Vitis,
Miraflores y los demás distritos de la provincia de Yauyos, donde el quehacer
textil no solo es un saber ancestral sino una manera de enhebrar una vida
distinta. Así, creando y tejiendo, ellas generan la mejora económica de sus
familias.
En sus
telares perennizan los frutos de la Pachamama y su herencia cultural. Son los
motivos principales de las chompas, chullos, chalinas, fajas y el largo
etcétera de productos textiles que se elaboran en las comunidades de la Reserva
Paisajística Nor Yauyos Cochas y que, en muchos casos, se exhiben y
comercializan en el mercado internacional.
Y estos
frutos de la creatividad se cosechan los 365 días del año, sin importar
el clima ni los cambios del calentamiento global. Ocurre lo mismo con las vasijas
y adornos hechos con arcilla. Así nacen casitas, jarrones, ollas y tantos
utensilios para la cocina y la mesa.
Pero no
son las únicas materias primas utilizas por los artesanos. En Cachuy (Catahuasi)
don Santiago fabricaba cunas de delgados troncos del árbol del lloque. Según
cuentan su saber es una herencia de la cultura Wari que, lamentablemente, se ha
perdido entre los comuneros.
Y en
buena hora eso no ocurre con el saber de Teresa, quien tiñe la lana de rojo ni
el de Juana quien hila con una técnica especial. Tampoco con el de María, que
ahora teje más rápido, mientras Carmen continúa sembrando creatividad.
A
su lado, Julia, su hija, ha dejado de juguetear con los animalitos. Ella da sus
primeros pasos el mundo del textil. Eso quiere decir que en esta
comunidad de paredes de adobe y balcones de madera, la tradición está en buenas
manos.
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